miércoles, 5 de septiembre de 2012

Chapoteando sin chap.

Sucedió de golpe. De la misma forma en que notó por primera vez que el flequillo ya no caía con soltura por su frente. Era un viernes por la noche, lluvioso, muy lluvioso, el agua había rodeado por todos los flancos la pequeña Ciudad. Yan caminaba por la vereda tratando de pasar entre medio de los chorros de agua que salían con ruido a lona de los toldos sucios y los edificios malogrados. Las viejas, que siempre miraban la lluvia con caras de ranas, estiraban los cuellos como croando a la nada y asqueadas de tanto y tanto, optaron por cerrar las ventanas y esperar a que parase. Desde la mañana cuando le tocó tomarse un taxi para evitar las ventanas empañadas de los colectivos, (le dan fobia) pudo ver que el cielo y las nubes iban a ser implacables con su pequeño sobretodo. Yan se movía como un pez bajo el aguacero, quizás porque le gustaba caminar con lluvia aunque se mojase o tal vez porque el agua le parecía algo inocente como para guarecerse en las vidrieras sabiendo que entablaría los duelos mas injustos contra los paraguas. Scalabrini entre Cordoba y Santa fe, no es impermeable, se siente un vaho que es similar al que se huele en el subte entre las estaciones de Agüero y Bulnes. Se decidió por entrar al bar. Estaba empapado y necesitaba tomar algo como para estar acorde a los señores que estaban en las mesas. Con cara de paraguas, pidió un scotch barato, como para calentar la panza. Sintió que en la bota algo se movía, y entonces preso de su curiosidad, sacó su borcego marrón, lo volcó sobre su mesa y después de que saliera un débil chorrito de agua como si fuese una escupida de boxeador asomó un pequeño pez naranja panzón y de ojos saltones. Quizás lo tuvo todo el día en su bota o quizás se cayó de alguna pecera de algún balcón de la avenida, o tal vez vino del mar, en una ráfaga de viento que cesó justo en el momento en el que pasaba. Ay, el mar, el mar, y sus misterios. Absorto, llamó al mozo y le pidió un vaso de agua. El mozo, entrecerró los ojos, pero no dijo nada, acercó el vaso a la mesa y Yan introdujo el pez en el mismo. Todo cae en los días de lluvia, desde sentimientos hasta bombachas, pero un pecesito era mucho para un viernes por la noche. Se miraban fijo, uno con el ceño fruncido y el otro con sus ojos de pez sin párpados; se contemplaban, se median, sabían que ambos eran distintos, pero algo los unía, los dos estaban mojados y encerrados. Yan terminó el whisky de un sorbo. -Otra incoherencia y justo a mi, -pensó mientras dibujaba un pez y un rostro en el vidrio empañado del bar. Se quedó por un momento con la vista perdida en la ventana, con la mirada seguía el humo del colectivo 110 y también porque no, buscaba una cara conocida entre la gente. Se quedó meditando un rato y luego volvió al vaso donde se hallaba el pez y notó que no estaba. Corrió las mesas del bar a los tropezones, hasta que lo vio en un rincón, saltando como saltan los peces, horizontalmente,sin ritmo, chapoteando sin chap. Lo tomó con sus dos manos y salió a la calle, pudo ver el pequeño riacho que se formaba en los costados de la calle y no, aunque lo intentó varias veces no pudo dejarlo ahí. Entonces agarró sus cosas del bar, lleno su zapato de agua y lo llevo hasta su casa. Casi descalzo, caminó las pocas cuadras que lo separaban. No le importaba que se moje su pie ni que se estropee su zapato. Sólo quería que ningún paraguas le pegue en la cabeza, eso era lo único que le molestaba.

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