lunes, 16 de julio de 2012

Dialogo recurrente

Oscurecía y amanecía. La charla se había tornado poco interesante, por eso duraba hasta altas horas de la madrugada, la conversación entre noctámbulos es uno de los pequeños placeres que da la noche, porque mientras la mayoría de la gente duerme, las palabras andan libres por la calle (debido a la ausencia de tráfico y smog) y se disparan con mayor facilidad de cualquier boca, atravesando incluso el concreto de los edificios. -Llorón. Le dijo Alberto mientras apuraba la última pitada del cigarrillo como si acaso quisiera tragarse la colilla como un sapo gordo se devora un cascarudo. -No vale la pena. -repitió Alberto ante un Yan esquilado de sentimientos que lo miraba de reojo como si sospechase de que un consejo así sólo vendría de un segundo nombre. -Realmente creo que si pudieras encontrarle el ritmo, aparecerán las palabras justas. -¿Palabras justas? ¿Como es eso? -Contestó yan mientras fijaba su vista en el entrecejo de Esteban que también estaba concentrado en cuantas arrugas tendría a esta altura de la noche su ceño. Se encontraban casi a oscuras en el pequeño living, las brasas de los cigarrillos iluminaban más que la pequeña lampara de luz naranja, todos bebían pequeños sorbos de whisky en un vaso como pidiéndose permiso entre ellos mientras los tres pregonaban y pregonaban lo injusto que es el amor cuando se convierte solo en poesía y de lo justas que son las palabras utilizadas para reformular tal sentimiento. -Pero en el poema no se puede encerrar el amor, seria injusto para las demás palabras que sólo algunas de ellas sean las elegidas. - Dijo Yan en un arrebato de justicia lingüística. -Entonces se puede escribir un diccionario completo y así seria equitativo. - Contestó Alberto, enfermo de comunismo semántico. -Pero hay palabras que no expresan nada, por eso hay que dejarlas afuera y además ¿quien quiere encerrar el amor en un poema? ¿Acaso vos serias capaz de lograr la tarea? - Dijo Yan. No- Contestó Esteban. -¿Pero ni siquiera harías la prueba? -Escribamos juntos, por única vez. Esteban sentía las palabras con mayor intensidad y Yan las inventaba, las escurria y las pegaba en el techo como pequeñas ranas en un estanque. No podría negarse ante la invitación, un poco por orgullo y otro porque porque no sabia decir que no (y nunca trataba de evitarlo). Maldito aquel escritor, que en su arrebato de locura trate de encerrar el amor. Porque se puede, pero lo tenemos prohibido por principios. El amor es para el mundo, para los amantes, para dejarlo en cualquier vereda donde pueda encontrarte. Y quizás se pegue en la suela de tu zapato y trepe como un gusano hasta llegar a tu bolsillo. Porque el amor es ese rayo de fuego que abre la tierra de un simbronazo, que incendia las espigas de trigo en otoño chirriando como el viento zonda. Amigo poeta, no trates de encerrar el amor en un poema, porque no cabe en ninguna mano, ni en ninguna cabeza. Pensemos en encerrar el amor en un poema, ¿Quien acaso quiere hacerlo? Si en cada palabra que escribimos evocamos su presencia, ¿Acaso es justo encerrar el amor en un poema? Encerrarlo no, pero si capaz pensar que es un pájaro y le sacamos una pluma de sus alas para escribir de ella. -Entonces el amor es una mujer. -¿Porque? -Porque dijiste ella.

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