jueves, 30 de septiembre de 2010

Octavio

En mi último viaje en subte (que fue hace un par de horas) viajé al lado de Octavio Paz.
En los cotidianos trips subterráneos me cruzo regularmente a Stamateas, Dan Brown y algún que otro Coelho y Bucay (ambos dos conforman el granizado y dulce de leche de la autoayuda)...perdón, me corrijo mientras escribo (y tengo unas ganas de fumar que me mordería los codos y no tengo ganas de bajar al kiosco) en una cartera negra de una linda muchacha, se asomaba muy discretamente el bigote mágico surrealista de Dalí...les dejo un poema de Octavio Paz, o dos, seguro que dos.

La Calle

Es una calle larga y silenciosa.
Ando en tinieblas y tropiezo y caigo
y me levanto y piso con pies ciegos
las piedras mudas y las hojas secas
y alguien detrás de mí también la pisa:
si me detengo, se detiene;
si corro, corre. Vuelvo el rostro: nadie.
Todo está obscuro y sin salida,
y doy vueltas y vueltas en esquinas
que dan siempre a la calle
donde nadie me espera ni me sigue,
donde yo sigo a un hombre que tropieza
y se levanta y dice al verme: nadie.

Niña

Nombras el árbol, niña.
Y el árbol crece, lento,
alto deslumbramiento,
hasta volvernos verde la mirada.

Nombras el cielo, niña.
Y las nubes pelean con el viento
y el espacio se vuelve
un transparente campo de batalla.

Nombras el agua, niña.
Y el agua brota, no sé dónde,
brilla en las hojas, habla entre las piedras
y en húmedos vapores nos convierte.

No dices nada, niña.
Y la ola amarilla,
la marea de sol,
en su cresta nos alza,
en los cuatro horizontes nos dispersa
y nos devuelve, intactos,
en el centro del día, a ser nosotros.

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