En mi último viaje en subte (que fue hace un par de horas) viajé al lado de Octavio Paz.
En los cotidianos trips subterráneos me cruzo regularmente a Stamateas, Dan Brown y algún que otro Coelho y Bucay (ambos dos conforman el granizado y dulce de leche de la autoayuda)...perdón, me corrijo mientras escribo (y tengo unas ganas de fumar que me mordería los codos y no tengo ganas de bajar al kiosco) en una cartera negra de una linda muchacha, se asomaba muy discretamente el bigote mágico surrealista de Dalí...les dejo un poema de Octavio Paz, o dos, seguro que dos.
La Calle
Es una calle larga y silenciosa.
Ando en tinieblas y tropiezo y caigo
y me levanto y piso con pies ciegos
las piedras mudas y las hojas secas
y alguien detrás de mí también la pisa:
si me detengo, se detiene;
si corro, corre. Vuelvo el rostro: nadie.
Todo está obscuro y sin salida,
y doy vueltas y vueltas en esquinas
que dan siempre a la calle
donde nadie me espera ni me sigue,
donde yo sigo a un hombre que tropieza
y se levanta y dice al verme: nadie.
Niña
Nombras el árbol, niña.
Y el árbol crece, lento,
alto deslumbramiento,
hasta volvernos verde la mirada.
Nombras el cielo, niña.
Y las nubes pelean con el viento
y el espacio se vuelve
un transparente campo de batalla.
Nombras el agua, niña.
Y el agua brota, no sé dónde,
brilla en las hojas, habla entre las piedras
y en húmedos vapores nos convierte.
No dices nada, niña.
Y la ola amarilla,
la marea de sol,
en su cresta nos alza,
en los cuatro horizontes nos dispersa
y nos devuelve, intactos,
en el centro del día, a ser nosotros.
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