lunes, 23 de agosto de 2010

London Calling

Las fotos o algunos discos casi siempre remiten al pasado, anoche encontré un viejo Flyer de The Clash, dentro de una pequeña edición de bolsillo de Huxley y junto con él aparecieron una horda de recuerdos de un viaje a Londres en el año 2009.
Era una noche tranquila y distinta en los suburbios Londinenses, la zona baja estaba adornada de amables prostitutas que sin bacilar ofrecen un poco de hash o una buena chupada en cualquier pasillo de la zona, a mi me gustan los pubs, sirven las mejores cervezas y las papas fritas tienen ese curry extra preparado por algún cocinero hindú que está casi en la misma que uno.
Esa noche con la cabeza pegada al brazo izquierdo en la vieja mesa con un raro mantel de hule trataba de darle forma a un pensamiento, mirando un pasillo que en una época imagino hubiese sido las delicias de Jack el destripador. La entrada de cinco mujeres de unos 25 años, que parecían que habían salido del mismo Rondhouse, hizo que mirara con más atención, punks londinenses originales, no esas copias baratas de Bond Street (pensé yo). La cuarta que cruzó la puerta llamó mi atención, con un escote que mostraba unas pequeñas tetas que eran compensadas con unas lindas caderas adornadas con un cinto con tachas, hizo que no piense más en tangos ni arrabales. Por esas cosas del destino las cinco se sentaron cerca de mi solitaria mesa y después de mi tercer vaso de Stout, saqué un mapa de Londres y les pregunté con mi mejor ingles alcoholizado si estaba cerca de Kings Road (algo que ya sabia, pero había que romper el viejo frío hielo ingles).
La tercera en el orden de llegada según la puerta, me tiró una mirada fulminante, comentó algo con las demás que no entendí y todas se rieron, a lo que yo me reí y volví a preguntar con la insistencia sapiencial de los sabios que esa noche parecía que me habían dejado solo en la bruma, que ya levantaba la calle dándole un aspecto fantasmal hermoso.
Acerqué la vieja silla crujiente como todo viejo Pub y me senté con ellas, les pregunté el nombre como corresponde (sin importarme demasiado) y después de señalarme la calle en el viejo mapa, empezaron a marcarme distintos lugares que quería conocer.
Entre copas y copas, la cuarta me gustaba cada ves más, estaba vestida como punk pero no era punk, con verla fumar, o como agarraba el vaso de cerveza y la forma en la que se acomodaba el pelo cualquiera pensaría que estaba con las ropas equivocadas, parecía una francesita que había nacido por casualidad en Londres, porque el padre era embajador de la ONU en ese entonces y un día para otro decidió hacerse punk (todo eso pensé mientras me hablaba su amiga que pelaba un castellano tan básico como mi inglés).
En Londres te echan de los pubs con una cortesía que sorprende hasta al más escéptico, en cinco minutos estabamos en la calle, salimos caminando todos para una dirección, desconocida para mí, pero no para ellas, caminando por los suburbios el grupo se fue desarmando como el apolo XII, y en esos montajes maravillosos que tienen los viajes quedé caminando sólo con Juliette (tenía un aire a Juliette Binoche y decidí bautizarla así ahora mismo, mientras escribo).
La casa de ella tenía un aire residencial, lo bueno que tiene no hablar bien un idioma es que uno se entiende con el cuerpo y con las señales que emite, o sea, va directo al meollo de la cuestión y que mejor que entrar por una puerta a los besos. Tambaleándonos por la casa terminamos en un sillón que olía a pipa de tabaco, la casa estaba caliente o sea que en segundos terminamos desnudos, llenándo el viejo sillón de pecados como Dios manda, recuerdo en pleno sexo pensaba que distinto que suena un ¡Oh, yes! A un ¡Oh, si! y esto me produzco una especie de ¿nostalgia?...en fin terminamos y luego amablemente me invitó a pasar a su cuarto, cocina de por medio para agarrar una botella de vino y un cigarrillo de marihuana para fumar en penumbras.
La muchachita después del sexo tenia unos ojos de buey enternecedores para mi gusto, mis ojeras mezcla de alcohol y sexo hicieron que desvíe la vista del espejo, pude ver que tenia una edición en la mesa de luz de Nick Hornby, (lee buenas cosas esta chica pensé, pero no se lo dije). Creo que lo hicimos una vez más, hablamos de “La Dolce Vitta” y dormite unas horas a su lado.
Mirando el techo en una habitación desconocida hasta ese momento uno piensa cosas distintas, no las habituales que uno piensa en la cama de uno, que en definitiva siempre son las mismas, como si estuviesen pegadas, uno las relee noche tras noche.
La muchachita dormía como una ninfa en el bosque, me acuerdo que atiné a abrazarla, pero frené el brazo, la miré por última vez y salí para la calle.
El frío me atravesaba, caminando por el costado del Támesis (jamás me hubiese subido a un taxi) prendí un cigarrillo y con una mano en la campera miré el horizonte londinense, pensé en los reyes, en Malvinas, en el Bagel con mermelada que me iba a comer en el hotel, en la noche que había pasado y como todo porteño de corazón flojo tarareé un tango.

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