jueves, 20 de noviembre de 2014

Noelía leia

Sólo dos libros por año, el de moda que sacaba editorial planeta y alguno que pedía prestado por ahí y que misteriosamente devolvía. Si tenía algo particular, una extraña fascinación por toda la cultura Japonesa. En su circulo de amigos y puertas adentro, se hacia llamar Netsuke, nombre que había tomado de una novela que nunca terminó de leer. (Sus padres rápidamente se familiarizaron con el sobrenombre y comenzaron a llamarla así puertas adentro). Mientras Netsuke dormía placenteramente en su cama, soñó que hablaba japones a la perfección. La tomó por sorpresa el dominio del idioma, y a medida que fue pasando el día, la reconstrucción del sueño se deformó de un lado a otro, generando algunas dudas. En el sueño ella estaba acostada en los asientos del subte recitando a viva voz haikus que aparecían flotando en el aire, mientras la gente depositaba yenes por placer y sin culpa, en una gorrita tejida a crochet que le había regalado su abuela a Netsuke en el día de su cumpleaños. Señalaba los haikus viajeros con el dedo, dejando una estela de luz de autopista nocturna que sólo se ven con el cuello torcido en la ventanilla. Y así sucesivamente, hasta que no quedó ningún pasajero en el vagón, despertó sin bajarse de la estación recostada boca arriba. Noelía ya tenía colores en el sueño, de un pequeño boceto gris que tenía en su cabeza en las primeras horas de la mañana, ahora había conseguido construir el relato. Estuvo feliz por ella, por Netsuke y por mí, que pude transcribirlo. H.W

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