lunes, 15 de octubre de 2012

Sobre la Metamorfosis de Kafka. (Párrafo inexistente)

Podía escuchar la escarcha derretirse 6 mts por debajo de mis 8 pies. La ventana, juntaba gotas de humedad que poco a poco iban desapareciendo con el sol del amanecer. Tenía la costumbre de verlas caer o simplemente esperaba que chocasen una con otra. No estaba solo en la habitación atestada de mobiliario en desuso. Esa fría mañana la muerte, ansiosa por que la viese, estaba sentada a mi lado. Su rostro desconocido resultaba familiar, de primo lejano que vez de chico y después te cruzas en algún velorio y no sabes si es el sobrino de Tía Ofelia o Tía Marta. Al ver la muerte sentada en cuclillas sobre mí, como un acto reflejo incorporado en los últimos meses, atine a taparme el rostro, pero no tuve fuerzas y además poco importaba. ¿Como supe que era la muerte? Aunque no lo crean, por su perfume, paradójicamente huele a jazmín y mandarina, a otoño, invierno y primavera. ¡Huele a vida! La muerte huele a vida y la vida huele a muerte razona mi cabeza al sentir mi cuerpo pestilente. ¿Va a doler? -Que sea rápido. Pregunté un poco incomodo. La muerte, asintió con la cabeza. Venimos con dolor y nos vamos con dolor, la muerte te mira con ojos de cuervo de Poe y no baja la vista por nada, me animo a pensar que en la liturgia cotidiana sólo bajó la mirada ante Jesús y le dio un changüí de tres días para después llevárselo volando como una bandera de rendición envuelta en lienzo blanco. Y ahí mismo sin mediar ningún permiso ante mí, con una espátula de madera comenzó a retirar mis carnes viscosas para raspar mi alma pegada al pecho. La operación duele, arde, pero es distinto a los dolores habituales. Es un trabajo de artesano. Mi alma despegada en el cuarto, es una voluta de humo amarillo cálido que pinta la escena gris de los últimos días. Finalizada la incisión, quedo flotando a un metro del piso. Ausente de gravedad, logro pasar por la hendija de la cerradura y bajo flotando las escaleras, nunca había visto a mi padre de arriba de la forma que lo estaba contemplando, no le puedo tener lástima, aunque lo deseo. Si, logro despeinarlo cuando paso por arriba de su cabeza, él ni se inmuta. Mi hermanita, esta dormida, mejor, para que despertarla. A mi madre le toco las manos y una parte de mi queda posada en ellas. La puerta entreabierta me espera. No quiero irme. Pero volver a ser lo que me había convertido anula cualquier tipo de pensamiento. Adiós vida. Miro para atrás con mis ojos de niño y cruzo el umbral. Vuelo como un pájaro de humo, el viento atraviesa mi alma aliviada, viva y ausente de penares. Al cruzar la puerta del hogar, la mucama encuentra lo último de Gregorio Sansa. Había desaparecido de la habitación, para convertirse en palabra.

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