lunes, 2 de mayo de 2011

Old Spice

El olor a café en las mañanas, el perro que ladra en el fondo de alguna casa. El viento, el gris, el fuego amarillo de abril. La parsimonia del calendario es interrumpida por un timbre que suena en un largo pasillo. Suena en un teléfono negro, gastado, que huele a cobre y a cables viejos. Soledad. Se reincorpora y se sacude lentamente. No quiere atender. Ni se le ocurre que puede hacerlo. Sólo quiere quedarse en el pequeño rayo de sol que se cuela por el ventiluz del techo y le pega justo en el lomo.Sólo para sentir el calor en el sueter a rombos. Está viejo, sólo y más viejo. Va a morirse pronto, sólo, en una silla de ruedas sin nadie que le tenga la mano huesuda por los años de trabajo mal pago y cenas de fondo de olla.
Que triste la vida del viejo, y que mal panorama, pienso mientras escribo esto. ¿Adonde lo puedo llevar? ¿Matarlo así porque si? No, lo voy a dejar vivir, le voy a poner alas a la silla de ruedas, una jauría de perros labradores lo sacará a pasear por la nueve de julio como un papa noel tercermundista a la hora del té, un gato siamés apoyado en su falda, un hijo que lo visita todos los días con bizcochitos de grasa, una casa que huela siempre a pintura fresca, una copia de la noche estrellada hecha por Edgar mrugalla, pastas y asado todos los domingos, que esté exento de impuestos, una gran sonrisa todos los días, papeles y pinturas por doquier, muchos muebles de madera, una biblioteca gigante y un cine para que comparta con los viejitos del barrio, y por último una mujer en su cama, que lo bese mucho todas las mañanas.
Así si, ahora se puede morir. Soy un déspota, pero con corazón.

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